- La versión más extendida es redactada a finales del siglo XVI.
Existía en
Burunchel,
pueblo pegado al carasol en los primeros repechos de Cazorla, un párroco
de nombre don Fulgencio, con aureola de muy leído, a quien sus fieles
admiraban. Orondo y de buen diente, hizo correr su reputación de docto
por la comarca, sin que nadie osara poner en entredicho
los méritos de que tanto alardeaba. En su mismo caserío vivía un pastor
llamado Marcos, que careaba unas ovejas desde Nava Honda al Cerro del
Mosco, en las bajeras del Puerto de las Palomas. Marcos tenía un gran
parecido con el párroco pero le aventajaba en sutiliza y buen juicio.
En otoño, por la temporada de caza, el rey vino a los cotos de
Cazorla a concertar los buenos venados del alto Guadalquivir. Un buen
día llegó a oídos del monarca la fama de aquel sesudo dómine, a quien
hizo conducir a su real presencia. Tras los iniciales escarceos, no
tardó mucho en convencerse de que el buen hombre de Dios no era sino un
gárrulo pedante, excesivo de verbo y duro de mollera, que había
propagado la imagen de sapiente para mejor medrar a costa de sus
sencillos feligreses. Así que decidió darle un escarmiento por haber
tenido bajo engaño a sus súbditos de
Burunchel, no sin antes brindarle
la oportunidad de que probase su presencia ciencia.
*Conozco las prendas que le adornan, y voy a plantearle tres dudas
que nadie me ha sabido responder. Son estas: ¿cuánto valgo yo?, ¿qué
tiempo tardaría en dar una vuelta completa alrededor de la Tierra? Y,
finalmente, ¿en qué piensa que me puedo estar equivocando?
*Si contesta con acierto, le voy a nombrar arzobispo de
Sevilla. Pero si no encuentra las respuestas, será expuesto a pública
vergüenza, y mandaré que un alguacil pregone por las calles de Burunchel
su torpeza y villanía.
Tras esta admonición, hizo despedir al reverendo, a quien dio un mes
para presentarse en Madrid con la solución a sus cuestiones. De no
hacerlo así, la Santa Hermandad se haría cargo del asunto.
De regreso a la parroquia, don Fulgencio consultó sus inquietudes
con los notables del entorno, pero nadie le pudo socorrer. Concluida la
semana vio pasar al bueno de Marcos al que también le solicitó ayuda el
cual se comprometió en reflexionar el asunto. Pasaron los días y el cura
adelgazaba a ojos vistas, mientras Marcos, halagado por la confianza en
él depositada por persona tan juiciosa
y principal, ganaba ostensiblemente peso. Por fin, cuando el párroco
daba por perdida la contienda, el pastor vino a verle y le expuso un
plan y varias condiciones que fueron aceptadas.
Al mes justo, nuestro hombre apareció a las puertas de palacio
pidiendo compadecer ante su majestad. Así pues el subdito contestó a las
tres preguntas:
*Vuestra
majestad vale veintinueve monedas. Treinta fueron las que se pagaron
por Nuestro Señor Jesucristo, y nadie puede pretender igualarse a Él.
*Usted tardaría veinticuatro horas en dar una vuelta a la
Tierra. A condición de hacer el viaje montado sobre el Sol, que recorre
ese camino cada día.
*En cuanto a la tercera, vuestra majestad se está equivocando
en que piensa que soy el párroco de
Burunchel, pero soy Marcos el
pastor.
El monarca celebró la donosura de Marcos y puso en marcha las
provisiones necesarias para el cumplimiento de su promesa, con estas
palabras: Ahora sí estoy seguro de que a la Sede de Sevilla voy a
enviar un buen pastor.