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Vaso ibero. Siglos VI - IV a.C. Museo de la Ciudad - Alcalá la Real
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Iberos. Capitel ibérico siglos V-IV a.C. - Museo Arqueológico de LinaresIberos. Ánfora ibérica siglos V-IV a.C. de Cartagena - Museo arqueológico de Linares
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  • En torno al siglo V a. de C. Integraban el territorio andaluz en buen número de pueblos, los turdetanos o túrdulos, los bastetanos, los mastienos y los oretanos. A ese conjunto de pueblos que hasta la invasión romana vivieron en Andalucía y la costa mediterránea, los griegos los denominaron íberos para diferenciarlos de los celtas que se habían asentado en el centro del país y la costa atlántica.
  • La actual provincia de Jaén fue uno de los centros fundamentales de la cultura ibérica constituyendo una de sus más avanzadas sociedades.
  • La cultura ibera se desarrolló entre los siglos VI y II a. de. C.
  • Tenía una estructura económica basada en la agricultura, la ganadería y el comercio.
    Su escala social estaba presidida por el Rey y la nobleza que controlaban el poder económico y militar, un mundo en el que los guerreros tenían una especial relevancia.
  • La vida de los iberos pasaba por distintas fases.
  • La primera infancia, de 0 a 3,4 años. Los cuidados en estos primeros momentos de vida eran decisivos, pues un número importante de criaturas no sobrevivía, situándose la mortalidad infantil en casi el 50%. La muerte podía sobrevenir por complicaciones en el parto o en los días posteriores, así como por la malnutrición y otras enfermedades. Esta situación motivba el especial interés de las madres por poner bajo la tutela de la divinidad a sus hijas e hijos, acudiendo al santuario en los meses de gestación y en los primeros años de vida. La alimentación básica era la leche materna, por lo que el final de la lactancia era un momento crítico. Análisis recientes, sobre restos óseos, indican que la muerte de algunos infantes se situaría en el momento del destete. Las niñas y niños de estas edades no eran enterrados siguiendo el ritual de la cremación, propio de la sociedad ibera, sino que eran inhumados. No sabemos con exactitud cuándo pasaban a ser incorporados al ritual habitual, que podía coincidir con la aparición de los dientes o incluso con el destete.
  • La segunda infancia, de 5, 6 a 12, 14 años. Momento en el que adquiere relevancia todo lo concerniente a los procesos de aprendizaje y socialización. Los juegos y los primeros trabajos funcionarían como mecanismos de enseñanza con los que niñas y niños iban adquiriendo las habilidades, creencias y valores que construirían sus identidades de género. Algunas miniaturas han sido interpretadas como parte de estos procesos, como los pequeños vasos cerámicos que podrían haber sido utilizados como juguetes o incluso, ser el resultado del aprendizaje de distintas técnicas.
  • La juventud. Una vez alcanzada la pubertad, las y los jóvenes realizarían una serie de ritos iniciáticos con los que formalizaban el paso simbólico de una edad a otra y su reconocimiento como miembros de la comunidad. No se puede precisar una edad concreta aunque, según otos referentes en el contexto mediterráneo, se fijaría en torno a los 15 años, momento que puede estar definido, para el caso de las muchachas, por el inicio de la etapa reproductiva. En el Santuario ibérico del Collado de los Jardines y en el Santuario ibérico de la Cueva de la Lobera, es posible concretar algunos aspectos de esta ritualidad, pues muchos de los exvotos de bronce representan dos momentos cruciales en esta ceremonia del rito de paso:
    • Presentación de los rasgos propios de la juventud, como el atuendo ritual y el pelo trenzado.
    • Corte del cabello, ofrenda del mismo y adopción de un nuevo peinado, en el que destaca la ocultación del cabello en el caso de las mujeres, atributos propios de la edad madura. Un tipo concreto de estos exvotos muestra un peinado a modo de turbante en tela que cubre toda la cabeza y que podría ser un tocado temporal y transitorio. Es importante la relación entre el abandono del peinado y de los rasgos de juventud y la adquisición de un estatus nuevo, muy probablemente subordinado al matrimonio.
  • La edad adulta. Con el matrimonio se inicia la etapa adulta. La pareja constituye una nueva familia y contribuye a la perpetuación de un linaje, por lo que a través de la formalización del matrimonio las élites aristocráticas iberas establecian alianzas políticas e incluso sustentaban pactos entre comunidades. Dada la importancia de este momento, la acción ritual del matrimonio tendría un ceremonial específico y homologado del que nos han llegado escasas referencias escritas. No obstante, podemos precisar algunos elementos gracias a la interpretación de la iconografía ibera (exvotos de bronce de los santuarios) y las representaciones figurativas sobre vasos cerámicos en otros contextos peninsulares. En la celebración del matrimonio los espacios de culto son lugares aceptados para el intercambio de dones o para la entrega de la dote, ya que requiere de una sanción religiosa en el espacio sagrado. Las figuras en bronce ofendadas en estos contextos nos ayudan a comprender la complejidad de dichos rituales. Se prolongarían durante varias jornadas: comenzarían, con la celebración del rito de paso (abandono de la infancia y juventud y asunción de los rasgos de madurez). Estos rituales son preparatorios a la conmemoración de las bodas o, al menos, a la celebración de la parte de la liturgia que se vincula al espacio sagrado y a la aprobación de la divinidad. Ritualmente este acto se inmortaliza mediante el depósito de los exvotos de la pareja en el santuario. Mujer y hombre usarían un atuendo similar, basado en una túnica muy fina sobre la que se colocaba un manto de doblez corto y apertura en el costado derecho, acabado en tres o cuatro volantes. Acompañaba un velo que caía abierto por la espalda, llegando por debajo de la cintura. Las mujeres lo llevaban sobre la mitra en aureola y, en el caso de los hombres, el velo cubría la tonsura protocolar. Asi pues, mientras que el hombre adopta un peinado transitorio que se vincula al ritual del matrimonio, la joven esposa al esconder el pelo bajo la mitra, asume un tocado propio de la mujer adulta. En cuanto a las joyas, es característica la presencia de brazaletes en ambos brazos, rodeándolos en espiral, así como el collar de lengüeta. Generalmente atributo femenino, dicho collar también puede ser llevado por el hombre en este ritual, único en el que este asume símbolos pertenecientes al universo femenino.
  • Con la formalización del matrimonio, las mujeres asumían un nuevo papael que las vincualba a la reproducción biológica y social del grupo. El primer embarazo tenía que ser sumamente importante. Una de los rituales más comunes está relacionado con la fertilidad, plasmada en numerosas representaciones relizadas sobre diversos materiales, bronce, piedra, terracota, etc. y muy extendidas por toda la geografía ibérica. La fórmula más frecuente era el desnudo. Así encontramos tanto mujeres como hombres con los atributos sexuales marcados y con diferentes gestos y actitudes. Se presentaba frente a la divinidad desnuda o desnudo a través del exvoto (Simbólicamente). Algunos de estos exvotos pudieron presentarse en común en el santuario, como ritos de pareja. Encontramos figuras de mujeres vestidas con las dos manos sobre el pecho o sobre el vientre, gestos de gran tradición en todo el Mediterráneo. En los santuarios del territorio de Cástulo se repite un gesto sumamente explícito: mujeres cubiertas totalmente con el velo que abren el vestido con las manos y enseñan el pecho o la parte del vientre mostrando el sexo.
  • Los ritos propiciatorios para un buen embarazo y parto. Se trata de un momento transitorio en la vida femenina, pero no por ello menos importante. Aunque la iconografía de mujeres embarazadas es bastante excepcional en las sociedades iberas, sabemos que este estado conllevaba una ritualidad específica. Las representaciones de mujeres embarazadas deben entenderse como una petición para tener un buen embarazo, que el parto se desarrolle bien y la criatura nazca sana. La presencia de exvotos con forma de úteros y pechos en los santuarios del terrirorio de Cástulo podría estar relacionada con peticiones propiciatorias y, más concretamente, con demandas asociadas a dolencias vinculadas con la reproducción, las complicaciones derivadas del parto y el posparto, ya que, en este contexto cultural, podian suponer tanto la muerte de la criatura como la de la madre.
  • La maternidad. En las sociedades iberas la madres se ocupaban de la crianza: el amamantamiento, cuidados e higiene, así como la educación en los primeros años de vida. Encontramos representaciones de imágenes maternales en diferentes contextos sacros y necrópolis, de manera que se constata el interés por representar aspectos relacionados con la maternidad y su carácter nutricio y protector. En varios casos, el acto de amamantar se utiliza como recurso en la contrucción de la imagen de la divinidad, que representa el ideal de fecundidad femenina y la idealización de la imagen de la maternidad como modelo de una deidad nutrífera.
  • Los contextos funerarios ofrecen información sobre aspectos relevantes relacionados con la alta mortanlidad femenina e infantil, debido al parto o a complicaciones posteriores. Estudios, como los realizados en la necrópolis de Castellones de Ceal, han permitido saber que la media de vida de las mujeres, en este contexto se fija entre los 21 y los 30 años, mientras que la de los hombres aumenta hasta los 30 y los 40 años. Un hecho que podría estar relacionado con una tasa de mortandad elevada vinculada a la reproducción.
  • Las mujeres iberas jubaban un papel significativo en los procesos de cohesión política y social, participando en ellos a través de práctias rituales propias y compartidas. A finales del siglo IV y principios del III a.C. los santuarios son los espacios de encuentro en los que mejor se nos muestra la relevancia de la participación de las mujeres en la vida social. Los ejemplos de Collado de los Jardines y de la Cueva de la Lobera aportan un número importante de exvotos femeninos, correspondientes a mujeres en etapa de madurez, protagonizando, junto a los hombres y en posición de igualdad, prácticas rituales de agregación. Participan, de esta manera, en los procesos de reconocimiento de pertenencia a una comunidad, en los que la homologación del gesto es determinante. Los ritos de agregación y de pertenencia tembién se manifiestan a través de la iconografía esquemática, muy abundante en los santuarios del territorio de Cástulo. las mujeres son representadas con sus signos identificativos, como la mitra. En esta etapa de su vida, las mujeres intervienen en prácticas rituales compartidas. Apararecen representadas, al igual que los hombres, en el momento de la libación o del sacrificio. También participarían como miembros de la comunidad en los banquetes rituales, tal y como se ha documentado en algunos santuarios, como en el de Atalayuelas de Fuerte del Rey.
  • Los iberos se gobernaban por príncipes. El Príncipe ibero regía una ciudad fortificada u oppidum o un conjunto de estos. Solía ser heredero de una estirpe prestigiosa descendiente de un Héroe. El príncipe contaba con numerosos hombres fieles a su linaje (sus clientes) que en caso de guerra con otros príncipes rivales tomarían las armas por él. El linaje del príncipe residía en el oppidum en cuya necrópolis los principes competían por levantar tumbas monumentales con ricos ajuares funerarios que prestigiaran a la estirpe y mostraran su poder. A partir del s. II a.n.e., algunos príncipes dominaron amplios territorios. Uno de ellos, Culchas, gobernaba 28 oppida en el año 206 a.n.e. Por los mismos años el Príncipe, de la rica ciudad de Castulo, dominaba un territorio equivalente a la mitad de la actual provincia de Jaén. Después de la conquista romana, los príncipes ya no gobernaron extensos territorios y solo regían oppida individuales en los que refundaron sus viejos linajes y volvieron a construir ricas tumbas, como la del Príncipe Iltirtiiltir de Urgavo (Arjona).
  • La Diosa de los iberos velaba por la fertilidad de la tierra y de los animales, atendía las demandas de los enfermos y acompañaba a los muertos en la ultratumba. De los diversos nombres con que los iberos llamaron a la Diosa, solo se conoce uno, Betatun. La Diosa se representaba de diversas maneras. Algunas veces con imágenes importadas como la Ashtarte fenicia encontrada en Galera; otras como un betilo o piedra sagrada (la del oppidum de Puente Tablas, de forma ovoide, presenta los brazos en el vientre y levanta su túnica para recibir el sol al amanecer del equinoccio). La Diosa de Ipolca (Porcuna) se representa como una mujer entre dos cabras montesas, para subrayar su faceta de dominadora de la naturaleza, La Diosa se adoraba en una amplia variedad de santuarios: en el mismo oppidum o cerca de él, en una cueva o incluso en una tumba. Al principio la aristocracia mediaba entre el creyente y la Diosa. A partir de mitad del s. I an.e. el creyente se relaciona con ella directamente, sin intermediarios. El hallazgo de ofrendas individuales, confirma el nacimiento de la ciudadanía entre los iberos.




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